En nuestro país, ser chofer de bus se ha convertido en un trabajo extremadamente peligroso por la creciente ola de extorsiones. En la última semana, varias empresas de transporte, como Sesosa y Santa Catalina, denunciaron amenazas de muerte y ataques violentos, lo que obliga la paralización de sus operaciones en Lima.
Testimonios de conductores revelan un clima de miedo constante. Este panorama se agrava con la impunidad de los delincuentes, quienes eligen extorsionar buses por la alta rentabilidad y la dificultad de ser detenidos.
El 21 de agosto, un ataque contra la empresa Etuchisa marcó el inicio de esta crisis, que se intensificó con un tiroteo en la cochera de Santa Catalina, dejando cientos de buses fuera de servicio.
A pesar de los pequeños esfuerzos del gobierno de Dina Boluarte, como la reciente creación de una línea directa para reportar extorsiones, los afectados claman por respuestas más contundentes.
Hoy, miles de trabajadores del transporte se enfrentan a un dilema: salir a trabajar y arriesgar su vida, o detenerse y ver cómo sus familias quedan en la pobreza.
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